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Título: El cerco de los amores muertos
Autor: Francisco Ortega Alba
Colección: Esencia
P.V.P: 13€
ISBN: 9788415940036
Páginas: 114
Formato: 14×21 cm
Encuadernación: Rústica con solapas
Disponible en tu librería habitual o en nuestra página web http://www.edicionesdauro.com
Lope lo dijo casi todo en un soneto. Pero el amor no cabe en catorce versos, porque es inagotable. La literatura se ha ocupado siempre del amor: lo refiere, lo mixtifica, lo retuerce, lo finge, lo inventa, lo falsea, lo sublima…
Algo de todo eso pasa en El cerco de los amores muertos. A veces demasiado, porque al pasar de lo vivo a lo pintado, la creatividad lo exacerba hasta convertir en mito amoroso lo que en la vivencia no era más que sexo, celos o despecho. Además, el yo poético sugiere un remedo de biografía compuesto de vivencias ciertas, filtradas por una memoria frágil; de historias ajenas mal conocidas, y de fabulaciones absolutamente inventadas. Este último supuesto se impone en la tesis que inspira el primer poema y la coda final, pero también funciona como una provocación que pone al lector en la tesitura de creerse o no creerse la autenticidad de los contenidos.
Lo importante no es resolver ese dilema, sino exponerse a los zurriagazos placenteros o desgarradores del amor, ese hijo de puta que tanto nos hace sentir.
Adéntrese en los versos y déjese arrastrar. No hace falta que sea masoquista. Hay de todo.
FRANCISCO ORTEGA ALBA «ha sido Catedrático de Geografía de la Universidad de Granada. Ahora es cantaor aficionado, un poco juglar y aprendiz de poeta». Eso se dice en el libro colectivo Dekaritmos, que acaba de publicar con los Juglares del siglo XXI.
Nada que objetar sobre su condición de geógrafo, de cantaor o de juglar. Son otros escenarios. Pero lo de aprendiz de poeta no es de recibo, ya que la calidad de este libro lo desmiente rotundamente. Porque hay maestría en el diseño de la historia que se narra, así como en las logradas formas y los contenidos vibrantes de los poemas. Porque hay cosas que decir y se dicen con belleza, rigor y emoción. Porque hay eufonía, música, ritmo interno. Y porque, en definitiva, hay voz propia, con contadas influencias de las modas y los poetas coetáneos.
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