
El próximo sábado 27 de Abril habrá una presentación especial de “FAR S.A.” en Abizanda (Huesca), en la que su autor, Pedro Torréns, estará acompañado de Javier Tebas Medrano. Ambos presentarán la obra a los asistentes, que tendrán la posibilidad de cenar con el autor al terminar el evento.
Si estáis por allí, no lo dudéis. La novela es muy buena, prueba de ello es su éxito en el mercado. La oportunidad de cenar con el autor no tiene precio.
Para abrir boca, os dejaremos con las palabras de Miguel Pasquau Liñao (Magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía) en la presentación que tuvo lugar en Granada.
Algunas novelas no sólo te cuentan una historia, sino que son una historia. Con FAR S.A. ocurre algo así como lo siguiente: a medida que vas conociendo la historia, vas sospechando, o quizás comprendiendo, que tú eres el último capítulo. Que la novela es una encerrona. Y empiezas a mirar detrás de ti, mientras lees, por si alguien te está mirando. Por si alguien te está manejando. Por si la novela, en vez de una novela, es una performance. No sé si voy a ser capaz de explicarlo.
Lo primero es el principio. En el capítulo de agradecimientos el autor agradece a un tal César Ramírez Martinell que se reservara su opinión sobre el primer capítulo, ese que se llama “El comienzo” y que tiene 51 páginas. A mí no me extraña esa reserva porque la novela, en realidad, comienza en la página 51, seis años después del comienzo, en un acuario. En ese acuario, el ritmo jocoso e ingenioso de la presentación de los personajes y el despliegue del escenario, la novela se corta de pronto, bruscamente, y, como si el guionista hubiera traspapelado una escena, sin venir a cuento, irrumpe un golpe brutal de la cabeza contra el cristal de una pecera, un denso y cálido líquido que baja de la sien, y un niño arrojado al agua donde los cocodrilos saltaban por su presa. Es en ese momento cuando te acomodas en la butaca y dices: voy a ver esta película; voy a leer esta novela.
Pero vayamos por partes. Abres un libro y te encuentras con un tal César, que está exultante. Un chico del que no sabes nada, y que no es hábil para abrirse espacio a codazos entre tantas cosas que tienes en la cabeza. Un chico que no te interesa, demasiado parecido a cualquiera: a ti mismo; sin apenas perfil, sin drama todavía, un compendio de tópicos de universitario. Pero sin preguntar, empiezas a enterarte de cosas que a él le interesa contarte. Cosas que a ti no te interesan: que ha terminado su carrera, que le gusta una chica, que tiene un padre a quien ha decepcionado, que quiere montar una empresa… “Siga leyendo”, parece que se anuncia entre líneas. Siga leyendo, porque nada ha empezado todavía.
Un incidente en un callejón pone a todos en movimiento. Nuestro César cree, ingenuamente, que se le ha ocurrido una idea genial, y poco a poco se va alineando con algunos otros tipos curiosos: la extrañamente atractiva Mara, Mikel, el artista embaucador, Max el “llévalo todo”, y Javier el friqui. Jesús, Engracia y Jesusito. Luego llegará una tal Sara, pero de ella hablaré más tarde. Se juntan y deciden explotar lo que ahora llamamos un “yacimiento de empleo”. Un yacimiento interesante de empleo. Técnicas fulleras de márketing que ellos llaman “impresionistas”, y que en realidad son perfectamente coherentes, porque para conseguir el engaño que persigue todo márketing, utilizan eso mismo: el engaño, el timo, la farsa. Conseguidores de lo que se resiste a ser alcanzado con los oficios de siempre. Si todo es cuestión de imagen y de impresión, ¿para qué empeñarse en relatos completos? ¿Por qué, en vez de adecentar la careta, no buscar directamente la persuasión creando realidades falsas de principio a fin? En realidad, el truco de FAR S.A., la empresa que César ha creído inventarse, es utilizar el timo y la apariencia desde la base, y no sólo en la carcasa exterior. Si lo que se va a ver es la careta, la apariencia exterior, ¿por qué no hacer del cuerpo entero una careta? Casi es más honesta la performance que la cosmética. Se trata de conseguir objetivos que el destinatario no estaría dispuesto a asumir, y para eso muchos utilizan la sugerencia engañosa, otros utilizan la extorsión, pero los chicos de FAR S.A. utilizan la performance, es decir, la creación real de situaciones capaces de dirigir la voluntad de otros allí donde no iría espontáneamente. De camino, viven situaciones de tensión que merecen la pena en sí mismas, porque todo puede salir mal a cada momento, todo está a punto de derrumbarse por un último detalle, todo es una carrera de obstáculos que hay que superar con engaños sobre engaños, para que el resultado sea simplemente verdad. ¿Quién ha dicho que el engaño asumido a fondo no es, a veces, el camino más directo hacia la verdad?
Y así, poco a poco, empezamos a querer que esos muchachos triunfen. Queremos que obtengan la firma ansiada del torero, que consigan la cita de su cliente con el gran empresario, que vendan la maquinaria pesada, que la agencia de publicidad contrate a los artistas okupas, y nosotros mismos comenzamos a imaginar otras utilidades de la técnica de estos muchachos…
La novela, así, va bien, es prometedora, ingeniosa, y nos disponemos a asombrarnos de la inventiva del autor imaginando situaciones, compromisos, soluciones que deslumbran y divierten: una muchedumbre de recursos al servicio de la farsa y la impostura; pero la farsa y la impostura al servicio de los mismos objetivos que persigue toda agencia de márketing. No hacían nada malo… ¿O acaso Paul Newman y Robert Redford hicieron algo malo en “El gran golpe”? Lo malo es que hay gente que no soporta perder apuestas.
Sin embargo, y esto es lo fundamental que yo quiero decir como lector, eso, el timo, la farsa y el gran golpe no son nada más que un elemento de la novela. Quizás el que constituyó el impulso inicial del autor. Pero hay otra parte, quizás no pensada desde el principio, que acaba llenando el escenario. Hay otra novela que se acopla con puntadas y navajazos a FAR S.A. de manera certera. Me refiero a la venganza tenaz y decidida. O mejor, me refiero a Édgar. Para mí, sin duda alguna, el gran personaje, el mayor atractivo de la novela, el canal grande que riega de literatura las tierras de secano de esta novela y que la distingue de un magnífico guión de película. Édgar tarda en aparecer, pero cuando lo hace, todo lo demás pasa a un segundo plano.
Édgar, el gran Édgar, el emperador. Surge de pronto, aparece de la nada, con motivo de una historieta, pero con gran fuerza. En tres trazos ya sabes de él que es el puto jefe, porque tiene en su mano el destino de los que se rozan con él, porque puede hacer explosionar un jet para disuadir de infidelidades, y sobre todo porque lo que más le gusta es conducir excavadoras y desprender el bikini de la rusa Irina con la pala de la excavadora mientras ella toma el sol sólo para él. Magnífica presentación de un personaje que ya sí es capaz, por sí solo, de echarse encima una novela. El capo de todos los mercados prohibidos: la droga, el sexo, las armas y las apuestas. El gran empresario que no está preso de las lecciones que recibió en la Tuck School of Business of New York. Édgar Ángel Altamirano Fernández de Soto: pura mafia, o mejor, pura empresa, pura iniciativa, puro instinto negocial liberado de trabas morales y legales, porque su reino sí es de este mundo, infinitamente de este mundo, sin reservarse nada para el otro lado. Por cierto: otro adicto a la performance, pero éste la pone al servicio no de la persuasión, sino del poder. Aquí, en esta novela, desconfíen de quien no performa: será que está tramando algo…
Cuando uno se siente ya en FAR S.A. como en familia, cuando uno ya ve normal y natural el éxito de esos muchachos, un buen día de otoño, de pronto, el autor abre un paréntesis y comienza de nuevo, en la página 247. Han pasado seis años. Ahora la lectura se acelera, los capítulos son más cortos, cada página trae el anuncio de que va a pasar algo. Como si una maquinaria imparable se hubiese puesto en movimiento. Como si las aguas comenzasen a arremolinarse en un embudo de una única salida, ineluctable. Mientras Édgar ultima su Anfiteatro, la novela se precipita hacia un escenario del que vamos encontrando trozos sueltos que se van ensamblando sin un sentido aparente, pero a velocidad cada vez mayor. Un escenario en el que, como dice el profesor Mikel, “el público perfectamente puede no saber que es público”. O quizás al revés: el público que se cree público no sabe que está en el escenario, porque hay teatros que representan teatros. La venganza va alargando sus sombras, ha dictado su sentencia, ha movilizado a los peones, y escapar de ella es complicado: hay que salir corriendo, y pensar mientras corres a buscar un refugio donde poder parar, pensar y decidir. El lector se ve corriendo junto con Mikel, junto con César, junto con Mara. Se inicia una lucha de titanes, magníficamente anunciada por esa escena extraordinaria en la que dos excavadoras luchan como gladiadores mecánicos mientras se cruzan apuestas en internet.
El enredo es total, porque mientras los personajes toman decisiones, todos desconfían de todo. Dudan si todo no vuelve a ser una descomunal farsa que hasta ahora no habían comprendido: cada episodio puede ser interpretado de varias maneras, y la impresión es que hay un sentido final, último, que no acaba de percibirse con las pinceladas impresionistas y coloristas de estas páginas. Como si, esta vez, el impresionismo no permitiera ver la realidad, sino que la ocultase. No hay más remedio que seguir leyendo. El desenlace de la novela te hace prisionero. Multitud de incógnitas a cada página, que se van sucediendo a un ritmo loco. Cada personaje en su papel, en su puesto, salvo uno de ellos: Sara Navarro. ¿Dónde está Sara Navarro, la periodista que se ganó casi sin quererlo el aprecio de los chicos de FAR S.A.? Todos los demás están ahí, bajo los focos del gran Circo en el que se baten sin saber quién les mira. Si hay alguien capaz de no llegar hasta el final, será un bicho raro. A mí me costó un largo insomnio. Ténganlo claro: cuando se acerquen al último tercio de la novela, despejen la agenda, no podrán leer a ratitos.
No sé en qué momento exacto empecé a sospechar si la farsa no sería la novela misma. Empecé a preguntarme si la farsa original no sería presentar como novela la verdadera historia empresarial de su autor. Algunas performances, algunos trucos, están tan bien descritas y son tan verosímiles que parecen más recordadas que inventadas. Tantos años en el mundo de la publicidad y el márketing negándose el derecho a traspasar el Rubicón, la línea prohibida, podrían explicar que el autor escribiese lo que en la vida real quisiera hacer sin decidirse a hacerlo. Pero también es posible que no se trate más que de una crónica. Si yo fuera juez (lo parezco, pero eso es otra farsa…) actuaría de oficio, porque me parece sospechar que el autor está confesando en esta novela algunos delitos reales, propios o ajenos, que no han prescrito.
O peor aún: sospecho que el autor de la novela no es quien está a mi lado. Sospecho que Sara Navarro existe, y que en cierto momento decidió salir de la novela para escribirla bajo el heterónimo de Pedro Torréns, quien no es más que una farsa al servicio de las farsas de Sara Navarro. Estoy seguro, pero nunca podré demostrarlo, que entre el público hay una mujer a quien nadie conocemos, que se llama Sara Navarro, y que está comprobando cómo presentamos su novela.
Desde aquí, mi enhorabuena a Sara Navarro. Mi enhorabuena, y mi envidia, a Pedro Torréns.
Miguel Pasquau Liaño
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